DE SOL A SOL - AL VUELO
Llegó, por fin, el día tan deseado, el de la fiesta grande, el día de la Virgen, y el sol brilló más puro en las alturas, voltearon las campanas de la torre, los cohetes atronaron el espacio y las músicas alegraron las calles de la ciudad, que eran canales de gente que afluía por todas partes vestida de gala, como engalanadas estaban también las casas de los donostiarras.
En Santa María, en el hermoso templo de amplias naves, celebró el concejo la fiesta de la Patrona de la Ciudad, y allí se congregó el pueblo donostiarra, destacando de la masa gris que se apiñaba en el templo, ilustres hijos de Donostia : ingenieros, arquitectos, catedráticos, doctores de la Iglesia, escritores, artistas, gente toda de valer reconocido, que en ese día, día grande, se apiñaba allí satisfecha de verse reunida en la fiesta de la ciudad.
Después comenzaron las fiestas profanas, los conciertos de música vasca, la animación precursora de las corridas de toros, la plaza rebosando alegrías y entusiasmos, las avenidas y los puentes, las calles y los paseos atestados de gente y por todas partes emoción, vida, movimiento, aspectos hermosos en cualquier parte que dirigiéramos nuestros pasos. Una tarde, en fin, digna de San Sebastián.
Llegó la noche, se iluminó el Boulevard y pasarían de quince mil almas las que se amontonaban en torno del quiosco; el bullicio de aquellos millares de almas era ensordecedor, todos hablaban y discutían en animados grupos. De pronto, se hizo silencio, un silencio sepulcral. El Orfeón iba a cantar, y se oyeron sus afinadas voces y sonó el aplauso cerrado del pueblo, más cariñoso que nunca, y después se desbordó el entusiasmo cuando las viriles notas de la jota se oyeron claras y sonoras, llegando al alma de la multitud.
Esta se trasladó a las orillas del Urumea para presenciar los fuegos artificiales, y después llenó los teatros y los cafés, y paseó en el Boulevard hasta bien entrada la noche, terminando así el día grande, que fue de fiesta completa.
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