La colocación de la primera piedra de la Ciudad-jardín de Loyola, me obliga a referir algunos detalles del proceso primitivo de este proyecto en que he sido protagonista, y ruego a los lectores que me dispensen esta exhibición necesaria de mi humilde persona.
Si no me equivoco fue en 1905 cuando el ilustrado escritor don Gonzalo Reparaz publicó en “La Voz de Guipúzcoa” un artículo pidiendo varias reformas para San Sebastián y un homenaje a la Reina doña María Cristina.
El 8 de marzo de 1906, escribí en las columnas de EL PUEBLO VASCO con el epígrafe de “Una idea” un artículo encaminado a proponer la erección de una estatua a nuestra augusta protectora.
Entre otros conceptos decía: “No seamos ingratos, volvamos la vista hacia la Reina doña María Cristina, que tantos beneficios ha reportado a San Sebastián y hagamosle patente nuestro cariño y agradecimiento construyendo un escultural monumento a su persona en la plaza de Bilbao para digno remate del nuevo puente de su nombre, y que todo el que entre en la Ciudad sepa a quien se debe su desarrollo y progreso”.
Por su parte EL PUEBLO VASCO, acogiendo con entusiasmo la idea y haciéndola suya terminaba sus comentarios con las siguientes palabras:
“Es necesario que correspondamos dignamente a la especial predilección de que somos objeto por parte de tan augusta dama, y que los sentimientos del pueblo donostiarra reflejados en el artículo del señor Laffitte, se traduzcan pronto en un acto lo bastante eficaz y trascendental para que en él podamos ver todos el homenaje debido a los méritos entre nosotros contraídos por S.M. la Reina madre”.
Fracasó el plan a causa de que no siendo este cronista persona grata a ciertos elementos acostumbrados a que nadie les disputara las iniciativas, hicieron el vacío a lo propuesto.
Sin embargo, tuvo alguna eficacia, porque comprendiendo los directores de la política donostiarra que algo había que hacer en obsequio a la familia Real, iniciaron una suscripción, en la que me cupo la honra de contribuir, para regalar a S.M. el Rey, como efectivamente se hizo, una magnífica vajilla de plata con destino a su servicio en el yate “Giralda”.
Esta es la primera parte de la historia. La segunda es aún muy reciente y la conocen todos.
Seis años después y aprovechando la fiesta onomástica de la Reina doña María Cristina, un hombre activo, inteligente y emprendedor, bien merece que se le nombre, don Rafael Picavea, abrió en este periódico una suscripción para levantar a dicha señora una estatua, y el éxito fue enorme.
También el señor Picavea se vió combatido y menudearon las intrigas con intención de malograr sus propósitos. Pero hombre de gran entereza y resolución, presentó el magnífico proyecto del genial arquitecto Anasagasti, emplazado en la pintoresca isla de Santa Clara, proyecto que estuvo expuesto en el Salón “Novedades” y alcanzó los elogios de cuantos lo vieron.
La Reina madre, siempre modesta, no quiso aceptar aquel homenaje, se opuso a su realización y rogó al señor Picavea, que desistiera de su empeño y le diera otro rumbo más en armonía con su deseo de favorecer la construcción de casas baratas para obreros
Entonces nació en el cerebro de nuestro amigo la idea filantrópica de la Ciudad-jardín, que tras mil dificultades, lleva hoy a la práctica.
Ha podido decir, en el solemne acto aludido, ante la Reina, las autoridades y el pueblo soberano, congregado al pie de la obra, entre otras elocuentes frases:
“Bien pronto, señora, la exquisita nobleza sentimental de Vuestra Majestad, supo atisbar la trascendencia y la honda simpatía que había de tener este proyecto y he aquí de que modo Vuestra Majestad, en los momentos presentes y merced a la inclinación natural de sus afecciones, viene a contribuir de una manera positiva, al mejoramiento de las clases proletarias.
En el parque de Alderdi-Eder una estatua personifica a la Reina que escribió páginas de la Historia patria; aquí será la madre amorosa que sacrificó al hogar; difundiendo por la patria mil ejemplos de excelsas virtudes”.
Un ilustre prócer, el conde de Guaqui, entregó enseguida mil pesetas para engrosar la suscripción, y al día siguiente S.M. la Reina Cristina envió al alcalde diez mil pesetas para la construcción de la primera casa de la ciudad-jardín.
Rasgos de esta naturaleza se comentan por sí solos.
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