Progreso imparable. El turismo y la Corte
Con el final de la Segunda Guerra Carlista se inicia una época de esplendor para la ciudad. La trama urbana siguió extendiéndose en todas las direcciones. Se fue completando el ensanche Cortázar y en la desembocadura del río se levantaron el Ensanche Oriental y el de Gros. Las industrias y talleres que proliferaban en el extrarradio, junto al veraneo y el turismo, crearon numerosos empleos, cubiertos por inmigrantes venidos de las provincias cercanas. El Ayuntamiento tenía claro el modelo de ciudad a construir. Se rechazó definitivamente el proyecto de enlazar los muelles con la estación de Atocha por medio de un ferrocarril que atravesara el centro y en su lugar se amplió la calle Hernani diseñándose el parque de Alderdi Eder y el paseo de la Concha. La burguesía donostiarra quería una ciudad atractiva, contraponiéndola al Bilbao industrial y miñero, y para lograrlo contaron con dos arquitectos de prestigio, José Goicoa y Nemesio Barrio, continuadores de la labor iniciada por Antonio Cortázar. A ellos se deben aciertos urbanísticos como el encauzamiento del Urumea, la construcción de los nuevos puentes, la plaza e iglesia del Buen Pastor, la monumentalidad de los edificios públicos y la calidad de diseño y materiales en la construcción. Estos ensanches armoniosos dieron cabida a una población creciente: 20.823 habitantes en 1880, 30.027 en 1890 y 35.503 a final de siglo, con cifras que se duplicaban en la época estival.
El turismo de veraneo se alojaba en villas y palacetes propios y en los hoteles cuyo número crecía de año en año. El primer hotel del Ensanche se situó en el número 9 de la calle Peñaflorida y se llamó Hotel de Londres. En 1884 se inauguraron tres hoteles de alto standing, entre ellos el Hotel Continental, una joya de la hostelería y de la restauración. A final de siglo el número de hoteles y pensiones superaba el centenar y muchos donostiarras completaban sus ingresos alquilando camas.
La presencia de la Casa Real fue determinante en el progreso de la ciudad. Con ella venían ministros y altos funcionarios, el cuerpo diplomático, la aristocracia y alta burguesía, financieros y comerciantes de toda España. En San Sebastián establecían sus contactos, consolidando un turismo de alto nivel. Los años que van de 1880 a 1900 son de un gran esplendor. La inauguración del Gran Casino atajó la huida de capitales hacia la costa vasco francesa y, a la vez, llenó una deficiencia crónica del veraneo donostiarra que era la falta de actividades festivas. El enriquecimiento, relativamente equilibrado al principio, de la sociedad donostiarra, generó una dinámica imparable. Muchos inventos prácticos de finales de siglo tuvieron como ciudad pionera a San Sebastián: el tranvía de mulas y más tarde el eléctrico, las lámparas de arco voltaico en sustitución del gas, el primer teléfono, las primeras corridas nocturnas. Surge la Semana Grande como una iniciativa de atracción turística y la ciudad se permitió tener dos plazas de toros al mismo tiempo, La financiación no era un problema. Además de los inversores locales y estatales, desde unos años antes de la independencia de Cuba y Filipinas (1898) se venía produciendo una importante repatriación de capitales por parte de emigrados vascos, capitales dirigidos hacia la Deuda Pública e invertidos también en los múltiples proyectos de un San Sebastián en constante crecimiento.
Durante la Restauración, la actividad turística generó otras fuentes de riqueza siendo la construcción el sector más beneficiado. Estaba en marcha una economía diversificada donde también jugaban un papel importante la industria y la pesca así como el comercio minorista orientado a una clientela de lujo y con unos márgenes de beneficio elevados. La ley de 21 de julio de 1876 y la puesta en práctica, en 1878, del Concierto Económico, permitió a Gipuzkoa mantener su autonomía fiscal y dirigir la recaudación hacia el consumo siendo escasos los gravámenes sobre las actividades productivas y mercantiles. Esta política llevó a la ciudad al desarrollo económico pero también a ahondar las desigualdades entre la burguesía y la clase trabajadora. Años de progreso, con un puerto comercial incapaz de absorber el tráfico creciente y una dársena pesquera a la que llegaban especies hasta entonces ignoradas como el rape, el rodaballo o la langosta, especies demandadas ahora por una clientela de alto poder adquisitivo educada en los secretos de la cocina francesa. Comienzan las giras náuticas por el Urumea, Y las regatas de traineras de pesca como un festejo más del programa de verano. La construcción de la cárcel de Ondarreta, muy cuestionada en su momento, se demostró un error al hipotecar durante décadas el desarrollo urbano y turístico del Antiguo.
Señalaremos también el prestigio social que fue adquiriendo el vascuence. La misma Reina Regente lo estudiaba en verano recibiendo clases del sacerdote Gaspar Oregui. El Ayuntamiento distribuyó en las escuelas públicas la Gramática Vasca de Campión y habilitó maestros bilingües en determinados barrios de la ciudad, Altza, Antiguo o Igeldo.
La sanidad fue otra preocupación municipal, especialmente tras el brote variólico de febrero de 1885, como también el control de la mendicidad para hacerla invisible a los visitantes.
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